¡Hola! ¿Qué tal? Solo queda un mes para que Magnus Carlsen ponga en juego su título en la Expo Universal de Dubái (Emiratos Árabes Unidos) ante el ruso Ian Niepómniachi. Será un duelo de tres semanas que EL PAÍS cubrirá ampliamente desde allí, y con una nueva sección específica de ajedrez. Mi preparación para ello incluye repasar todo lo que sé sobre el campeón del mundo, un genio con mayúsculas. El domingo estrené en Torrelavega (Cantabria) una conferencia sobre cómo lo educaron, y he decidido contárselo a ustedes porque el asunto me parece de gran interés. Genética, entorno o educación. La ciencia aún no tiene claro cuál de esos tres factores pesa más para lograr una genialidad efectiva. Mi percepción en el caso de Carlsen es que los tres fueron importantes, porque nació en uno de los países más ricos y socialmente avanzados del mundo, y su educación -al igual que la de sus tres hermanas (Ingrid, Ellen y Signe)- incluyó una gran estimulación intelectual temprana desde que era un bebé: su madre, Sigrun, recuerda que Magnus llamaba la atención cuando tenía un año por su gran capacidad para concentrarse en algo. Su padre, Henrik, asegura que a los dos ya resolvía algunos rompecabezas; a los cuatro era capaz de dedicar un día entero a solucionar una construcción de Lego con centenares de piezas; y a los cinco se sabía de memoria los nombres, banderas y datos (superficie y población) de todos los municipios de Noruega y todos los países del mundo. Recuerdo que, sobre esto último, Magnus me corrigió un poco cuando le entrevisté por primera vez, a los 16 años: "No eran todos los países, pero sí casi todos". Por cierto, les recomiendo efusivamente que la lean; a mí me ha parecido asombrosa catorce años más tarde. La lógica indica que esas expresiones de precocidad extrema son imposibles sin un caudal genético excepcional, por mucha estimulación temprana que aplicaran los progenitores. Pero es de rigor que ustedes conozcan en este punto lo que sostiene, como un mantra, Laszlo Polgar, el padre de las tres hermanas húngaras que revolucionaron el ajedrez femenino y a las que él y su esposa -ambos pedagogos profesionales- educaron en casa con el ajedrez como asignatura, y con resultados óptimos: "Los genios no nacen, se hacen con el trabajo y la educación". Cabe preguntarse por qué las tres hermanas de Magnus no han brillado como él. Pero la cuestión tiene trampa, porque ninguna de ellas se dedica a algo tan visible en los medios de comunicación como el ajedrez de élite; es posible que sean tan geniales como Magnus, y no lo sepamos. Y en este punto le doy un largo aplauso al padre, Henrik, por la gran inteligencia que mostró en dos momentos clave, cuando su único hijo varón tenía cinco y doce años, respectivamente. Henrik es un aficionado al ajedrez de nivel medio, que juega torneos internacionales abiertos con frecuencia. Es obvio que tenía un especial interés en que el pequeño Magnus, a quien enseñó a mover las piezas a los cinco años, heredase de él esa pasión; y más aún al comprobar que era superdotado en diversos ámbitos, especialmente en memoria y concentración. Sin embargo, el niño no mostró interés alguno por el ajedrez a esa edad. Y el padre tuvo la enorme lucidez de no insistir. Tres años más tarde, Magnus se puso celoso porque Henrik jugaba al ajedrez con Ingrid, y el padre pudo comprobar entonces que su hijo también era superdotado en ajedrez. Así empezó una progresión meteórica de cuatro años. Era el momento de tomar decisiones importantes sobre cómo desarrollar aquel inmenso talento. Y justo ahí surgió un problema muy preocupante: los tempraneros éxitos competitivos de Magnus lo convirtieron en un alumno muy raro para sus compañeros, un friki que sufría acoso escolar, porque en ese momento el ajedrez no era nada popular en Noruega (diez años después, Carlsen se convirtió en el deportista más idolatrado del país; si pinchan ese enlace, fíjense, por favor, en el último párrafo). Sigrun y Henrik tomaron una decisión muy difícil incluso en Noruega (y poco menos que imposible en gran parte del mundo): vendieron su coche, alquilaron su casa, tomaron un año de excedencia en sus trabajos, pidieron a los maestros de sus cuatro hijos que les asignaran tareas para un curso entero y se fueron con ellos a recorrer mundo. Los objetivos eran dos: que los niños completaran su educación con experiencias prácticas y visitas a museos o lugares de interés cultural; y que Magnus lograse el título de gran maestro (la categoría más alta en ajedrez) lo antes posible, logrando altas puntuaciones en torneos con rivales muy duros. El día de la mencionada primera entrevista con él, Carlsen me dijo que ese año sabático fue el más feliz de su vida hasta ese momento. Y además logró ser el segundo gran maestro más precoz del mundo (tras el ruso Serguéi Kariakin), a los 13 años y cinco meses (el estadounidense de origen indio Abhimanyu Mishra batió la marca hace poco: 12 años y cinco meses). Tengo para mí que sin esa decisión de Sigrun y Henrik, la vida del actual campeón del mundo hubiera sido muy distinta, y peor, porque la sociedad convencional no está pensada para los genios, que necesitan estímulos especiales. Aunque en la conferencia hablé bastante más -por ejemplo, expliqué los problemas de Carlsen con su punto débil, el control de sus emociones-, voy a parar aquí, para que este boletín no sea demasiado largo y porque tiempo habrá durante las tres semanas del duelo de Dubái para desgranar otros aspectos de esta personalidad fascinante. Por ejemplo, sobre cómo se motiva para seguir siendo el número uno casi doce años después de serlo por vez primera. Recuerdo ahora algo que me viene muy bien para cerrar este texto. El psiquiatra islandés Kari Stefansson, quien convivió con otro de los mejores ajedrecistas de la historia, Bobby Fischer, durante los últimos años de este, cuando su enfermedad mental era ya aguda, dijo: "La mayoría de nosotros piensa dentro de unos límites. Algunas personas excepcionales, muy creativas, son capaces de pensar fuera de la caja. Pero a veces no pueden volver a lo normal. Eso es la enfermedad, que en el caso de Fischer está muy ligada a su genialidad". Si leen esta pieza que escribí sobre Fischer hace cinco años y realizan la inevitable comparación con Carlsen, quizá lleguen a la misma conclusión que yo. Como ocurre con varios de los grandes problemas que sufre la humanidad, la diferencia está en la educación. Más ajedrez en El País - El genio que no quiere serlo: perfil de Carlsen en 2010, cuando era mucho más tímido que ahora. Una de los centenares de historias interesantes que encontrará en La Pasión del Ajedrez, de EL PAÍS. - El relámpago de Nakamura: el estadounidense de origen japonés se estrena en esta serie con una partida cercana a la perfección: modélico despliegue de piezas y remate muy brillante. Último vídeo publicado en El Rincón de los Inmortales. - El bronce sub 14 de Habans: el navarro demuestra desde los ocho años, cuando fue 4º en el Europeo, que es la promesa más sólida del ajedrez español, con un juego profundo. Una de las columnas diarias de esta semana. 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