Buenos días: El Ministerio de Educación que dirige Pilar Alegría acaba de concluir, a falta de su publicación oficial, la parte central de la gran reforma educativa que inició su antecesora, Isabel Celaá, con la elaboración de la nueva ley educativa, la Lomloe. Los borradores de decretos de currículo y ordenación académica definen qué deben aprender los alumnos, cómo hay que evaluarlo y cuántas horas tendrá, como mínimo, cada asignatura en Infantil, Primaria, ESO y Bachillerato. Todo ello completa el vuelco teórico a un modelo de enseñanza que la mayoría de los actores de la comunidad educativa, desde la patronal de la escuela concertada católica a los sindicatos docentes de izquierdas, consideraban urgente cambiar. Una opinión compartida por instituciones como la OCDE. Las principales críticas que se le hacían al anterior modelo consistían que los contenidos (todavía vigentes, porque los nuevos currículos no empezarán a aplicarse hasta el año que viene) eran tan exhaustivos que resultaba prácticamente imposible acabarlos durante el curso, por mucho que el profesorado corriera. Y que el aprendizaje que proporcionaba resultaba poco competencial. Es decir, que no conseguía que los chavales, o al menos muchos de ellos, interiorizasen los conocimientos y fueran capaces de aplicarlos y de interrelacionar lo aprendido. Dicho esto, la verdad es que nadie cree, empezando por los docentes y otros expertos que han participado en la elaboración de los currículos, que la aprobación de las nuevas normas baste para cambiar la forma en que los estudiantes aprenden. De entrada, será muy útil para los centros educativos y el profesorado que ya aplican modelos más competenciales, que los hay, en un número considerable que ha ido creciendo en estos dos últimos años, impulsados por las noticias sobre la reforma educativa. Pero a una escala mayor, la aprobación de las normas será el punto de inicio de la transformación. Uno de los autores del nuevo currículo me comentaba hace unos días que, en su opinión, para que esta realmente se produzca hará falta cambiar la formación de los profesores, tanto la que reciben durante la carrera como la continua, y la manera en que se los docentes se incorporan a sus puestos de trabajo, tanto el modelo de oposición como la forma en que aterrizan en la escuela, con algo como lo que se ha dado en llamar MIR educativo. Y que hará falta que cambien también los libros de texto, que las editoriales han de adaptar ahora, y, más lento todavía, la cultura docente. Sobre esto último, un responsable autonómico me contó este verano un caso. Su territorio había sido uno de los que había adelantado el nuevo sistema para pasar de curso y titular, que implica, entre otras cosas, que los alumnos pueden presentarse a la selectividad con un suspenso si el equipo docente lo decide. Unos días antes un director le había llamado para explicarle, un poco desmoralizado, que a pesar del nuevo marco normativo, un estudiante al que le había quedado una asignatura, pero sobre el que existía la opinión general de que tenía nivel para titular, se había quedado sin poder presentarse a las pruebas de acceso a la universidad. Después de discutirlo, la junta de evaluación había decidido que repitiera y no fue porque no lo vieran preparado, sino para no desautorizar al profesor que lo había suspendido. Siendo optimistas, proseguía el coautor del currículo, harán falta al menos dos o tres años para que los cambios empiecen a notarse en un grado significativo en los centros. Y el problema es que en política educativa (como en cualquier otra variante de la política), ese plazo resulta en estos tiempos muy largo, porque nadie sabe qué puede pasar hasta entonces. Mira Murcia, añadía la fuente, donde una exdiputada de Vox es consejera de Educación. Esta es una selección de los artículos que hemos publicado sobre la reforma educativa en marcha: Y esto son algunos de los otros temas que hemos publicado la última semana en EL PAÍS EDUCACIÓN: Muchas gracias por seguirnos. Volveremos con esta newsletter la semana que viene. |
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